martes, 22 de abril de 2014

Entrevista a Abel Alexander, para la revista TEATRO


Los afro-argentinos en la FotoGalería: charla con uno sus curadores

EN BUSCA DE UN PASADO PERDIDO

La revalorización de la fotografía histórica en la Argentina es una buena noticia que mucho debe a los esfuerzos de Abel Alexander. En esta nota, el investigador habla de esa tarea de rescate y se refiere a la muestra que en estos días puede verse en el San Martín, en donde se recupera la presencia de la población negra en nuestro país.


“En un mundo tan tecnificado, ya no queda ningún rincón por descubrir. Sin embargo, todavía nos queda un recurso: iniciar, a través de nuestras fotografías de familia, un extraordinario y personal viaje al pasado.”

Entre los siglos XVI y XIX, la Argentina recibió población africana traída a la fuerza en condiciones de esclavitud. La segunda mitad del siglo XIX estuvo signada por un proyecto de país liderado por el pensamiento de la denominada Generación del ’80, cuyo discurso político se alzaba sobre un ideario blanco, previsto a imagen y semejanza de las potencias europeas. La Historia oficial se encargó de instalar la creencia de que los negros se fueron evaporando y, de este modo, invisibilizó a los afroargentinos. El censo que realizó la Fundación África Vive en 2002 estimó que en el país vivían dos millones. Hacía 187 años que no se los censaba. La iniciativa fue supervisada por el Área de Derechos Humanos de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. En abril de este año, se sancionó una ley que declara el 8 de noviembre como “Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro”, en conmemoración de María Remedios del Valle, a quien el General Manuel Belgrano había conferido el grado de Capitana “por su arrojo y valor en el campo de batalla”.
En este contexto, y en coincidencia con el 170° Aniversario de la Fotografía Argentina, el 19 de noviembre pasado se inauguró en la FotoGalería del Teatro San Martín Los afro-argentinos. Fotografías 1860-1960, una muestra histórica que contribuye a la reconstrucción de la identidad visual nacional y representa un aporte para reparar el olvido histórico al que fue condenada, durante muchos años, la población afro. En la entrevista que sigue, su co-curador, el fotohistoriador, investigador y restaurador fotográfico Abel Alexander, se refirió –entre otras cuestiones– a la muestra y a la fotografía como huella de lo histórico. 

ARCHIVOS DE FAMILIA
–¿Cuál es la importancia de la fotografía antigua en la Argentina? 
–La fotografía antigua es un segmento nuevo de la historia argentina, un auxiliar poderoso que no existía y que tomó un impulso enorme en los últimos treinta años. Durante mucho tiempo, la fotografía estuvo relegada a un rincón oscuro en las cajas de los museos. Por eso, con algunos colegas especializados en el tema como Juan Gómez y Miguel Ángel Cuarterolo, iniciamos un movimiento de recuperación de la historia de la fotografía en el país. En la década del ’80, formamos un Centro de Investigaciones sobre la Fotografía Argentina, que en 1992 dio lugar a los congresos de Historia de la Fotografía y a un gran número de conferencias. Además, el panorama cambió mucho cuando once años atrás la Biblioteca Nacional abrió una colección pública para consulta, la fototeca Benito Panunzi, (en la que me desempeño como Asesor Histórico-Fotográfico), que contribuyó a que se conociera la existencia de un patrimonio fotográfico. Muchos creen que la fotografía significativa es la que está en los museos, pero el patrimonio más grande se encuentra en los archivos de familia, en las fotografías que recibimos de nuestros antepasados.

–¿Cómo lo influyó el ser descendiente de Adolfo Alexander, el fotógrafo alemán que introdujo la técnica del daguerrotipo en la Argentina y Chile?
–Me dediqué a la fotografía sin saber que mi bisabuelo fue fotógrafo y que su padre le había enseñado el oficio. Enterarme me cambió la vida. Hace unos días, regresé de un viaje a la tierra de mis antepasados: Hamburgo, Hameln y Hannover, donde una amiga descubrió que Alexander (daguerrotipista), además de retratista, fue uno de los pocos fabricantes de cámaras del mundo. Ella encontró un aviso en un periódico de Hameln que aconsejaba a los vecinos retratarse en el estudio de Adolfo Alexander: “El daguerrotipo es superior al de la competencia porque trabaja con las cámaras que él mismo fabrica”, señalaba el matutino. Ahora estoy enloquecido buscando una de esas cámaras.

–¿Cómo es el vínculo de los argentinos con la fotografía?
–La fotografía nació en París en 1839 y recién en 1843 se abrieron los primeros talleres de daguerrotipo en Buenos Aires. Desde entonces, los argentinos acudieron a los estudios a tomarse retratos, que son los que componen el volumen más grande de la fotografía. También se contrataban fotógrafos para fiestas y otros acontecimientos, lo que produjo imágenes que van pasando de generación en generación y que conforman el archivo fotográfico de una familia, generalmente conservado por las mujeres. Gran parte del éxito de las muestras históricas de la FotoGalería se debe a que los temas son cercanos a la vida social: bodas, deporte, primeras comuniones, transporte, comercio. Se trata de fotos que cualquiera tiene en su casa y que comienzan a ser revalorizadas. Sucede que la fotografía es la historia feliz de nuestro pasado, los momentos gratos en los que se contrataba un fotógrafo para conmemorar algo importante. Durante la juventud, uno cree que la vida es eterna. A cierta edad, las personas se dan cuenta de que se acerca la muerte, aparece la certeza de la finitud de la vida y comienzan a tener interés en su propio patrimonio fotográfico. Suele coincidir con el fallecimiento de los padres: los hijos heredan sus fotos y se despierta en ellos una curiosidad que no solían sentir.

–Con Juan Travnik, curó varias muestras de fotografía histórica en la FotoGalería, por las que realizó también numerosas visitas guiadas. ¿Cómo comenzó esa relación? 
–En 1998, Travnik asumió como director de la FotoGalería del Teatro San Martín y me propuso preparar una muestra, La Buenos Aires de ayer y la de hoy, en la que colaboré con algunos colegas de la Sociedad Iberoamericana de Historia de la Fotografía, que presido. Al tiempo, Travnik me confesó que la mayor parte del público se interesaba más por la fotografía antigua que por la moderna, a lo que le contesté: “Bienvenido al club”. La Buenos Aires de hace un siglo es desconocida para nosotros y eso genera una gran curiosidad. Coleccionar es rescatar. Entonces, le planteé la posibilidad de una exposición anual con características comunes: seleccionar un tema como eje en cada muestra y realizarlas con originales de época (fotografías vintage) que provengan de coleccionistas privados. Las instituciones no participan, queremos resaltar el valor del coleccionista privado porque está conformando, de alguna manera, un patrimonio histórico fotográfico. La de los afroargentinos es la decimoquinta exposición anual de historia de la fotografía que programamos en la FotoGalería del Teatro San Martín, que es la fotogalería más importante del país.

RETRATOS EN NEGRO
–¿Qué particularidades tiene esta muestra sobre la población afroargentina?
–Está compuesta por siete coleccionesAbel Alexander, Rubén Casadei, Pablo Cirio, Colección Cuarterolo, Silvio Killian, Juan Pangol y Fernando San Martín, integradas por formatos albúminas y gelatino-bromuro de plata. Creo que va a generar mucho interés. La idea fue del antropólogo Pablo Cirio, quien investigó a fondo la población afro en la Argentina, y su trabajo de campo lo llevó a coleccionar fotos del componente afroargentino del tronco colonial. Expuso con nosotros por primera vez y participó con la mayor cantidad de obras. A la hora de seleccionar las fotografías, con Travnik buscamos la belleza, la rareza, la calidad y el mensaje.

–¿Hubo algún motivo que determinó su acercamiento al tema?
–Mi contacto con la raza negra comenzó hace más de veinte años, en un viaje a Córdoba, donde visité a un anticuario buscando daguerrotipos. Me trajeron uno en un estuche que contenía una plancha negra en la que no se veía nada. No se sabía si era una maceta, un caballo o qué. Tenía una oxidación feroz. En el interior de la tapa del estuche, había una etiqueta con el nombre del fotógrafo Emilio Lahore, por lo que decidí comprarlo, ya que sólo el diez por ciento están firmados por sus autores. Se lo entregué a mi colega Miguel Cuarterolo (fotoperiodista, gran coleccionista de fotografía histórica y de daguerrotipos), que estaba aprendiendo a restaurar. Una noche me llamó y me dijo: “Maestro, usted tiene más culo que cabeza”. Se trataba de un daguerrotipo de un negro. Investigando, descubrí que era un famoso profesor de música que enseñaba a familias adineradas de Buenos Aires. Quedé impactado y comencé a investigar y buscar material. Si bien en nuestro país creció mucho el coleccionismo de fotos antiguas, es muy raro que aparezcan fotos de negros. Luego, encontré un álbum de imágenes de una familia negra en un local de San Telmo, lo compré y empecé a escribir mi primer ensayo acerca de la fotografía negra en Argentina: Retratos en negro. Afroargentinos en la fotografía del siglo XIX.

–¿Es verdad que a comienzos del siglo XIX constituían casi un tercio de la población del país?
–Así es. La Argentina está integrada por tres componentes étnicos: indígenas, blancos y negros. Somos una colonia española que introdujo negros y, si bien no hubo una esclavitud masificada como en Brasil, existió un componente negro muy grande, especialmente en las provincias del interior. La prohibición de la trata de esclavos disminuyó el flujo de negros, que luego fueron enviados en batallones a guerras civiles y de la independencia. Por otro lado, eran el segmento más pobre de la sociedad y las condiciones de salubridad de la época no eran buenas, con epidemias cíclicas de fiebre amarilla y cólera. Pero el gran factor que eliminó la presencia negra en la Argentina fue la inmigración europea. Ahora quedan afrodescendientes que son, en su mayoría, descendientes de esclavos africanos. 

–Pero muchos niegan su negritud.
–Claro, y es cuando aparece la fotografía para reconstruir la memoria.

–Sarmiento decía que para ver a un negro había que ir a Brasil…
–¡Y eso que en la época de Sarmiento había muchos! El racismo hacia los negros existió siempre en todo el mundo. Sucede que la elite política y social de nuestro país quería pertenecer a un país europeo y blanco. Para eso se rechazaron y se ocultaron bajo la alfombra nuestras raíces negras y las de los ahora denominados “pueblos originarios”.

–El mito de la Argentina blanca persiste en el inconsciente colectivo de la sociedad.
–Claro. Pero afortunadamente hay una corriente de reconocimiento del aporte negro al país, una tendencia a rescatar la identidad negra argentina. En ese sentido, resulta fundamental la labor de Pablo Cirio, quien permanentemente estudia sobre el legado cultural afro. Nuestro lenguaje está plagado de términos africanos (mina, tango, mucama, mondongo, banana, entre muchos otros). El legado afro también se extiende a áreas como la música y la gastronomía. Muchos no saben que el primer escribano de La Plata fue negro, o que Bernardino Rivadavia también era afrodescendiente.

–¿Los negros también se retrataban?
–Las personas iban al estudio fotográfico cuando se conmemoraba algo importante en su vida y tenían la certeza de que ese retrato los iba a sobrevivir, por lo que no querían que su imagen pasara a la posteridad como la de un payaso. Entonces, posaban solemnes e intentaban parecer más lindos, más jóvenes y acaudalados de lo que eran. Para eso, los estudios contaban con objetos que pretendían otorgar estatus a los clientes. Los fotógrafos profesionales utilizaban tecnología de punta y no discriminaban por el color de piel, eran comerciantes. En 1870, los negros adinerados ya acudían a retratarse. Pero antes, las familias pudientes llevaban a sus sirvientes negros para mostrar una posición socioeconómica o para mantener a los niños quietos y calmados frente a la cámara durante la toma, ya que pasaban más tiempo con sus nodrizas que con sus madres. Muchos fotógrafos extranjeros tomaban registros de negros en sus oficios o formando parte de un colectivo (en acontecimientos sociales o fotografías escolares).

MÁS PERO MENOS
–Actualmente, la fotografía atraviesa un momento particular: se toman miles de fotografías, como nunca antes, pero la mayoría de ellas no se revelan. ¿Cómo cree que evolucionará la fotografía en la era digital?
–Por un lado, la humanidad podría avanzar a un tiempo sin fotos. Es verdad que se sacan millones, pero no se las revela y con el tiempo las imágenes se van perdiendo. Antes se almacenaban en formato disquete o zip (que ya son obsoletos), luego se pasó al CD y al DVD. No sabemos cuál será la duración de la fotografía digital. Tampoco qué se conservará ni cómo podrá visualizarse. El noventa por ciento de mis fotografías provienen de la basura y me la proporcionaron cartoneros que las rescataron de la calle. A veces encuentro verdaderos tesoros. Por eso, siempre que puedo, pido a los que toman fotos que impriman al menos el 0,07 por ciento, porque es la manera de que perduren más allá de cualquier transformación tecnológica. Mi lema es: “No destruya sus fotografías antiguas, pertenecen al patrimonio cultural de nuestra Nación”.

–¿En qué sentido podría seguir concibiéndose la fotografía como el registro testimonial de mayor veracidad?

–La fotografía antigua tiene muchos componentes mágicos. En un mundo tan tecnificado, ya no queda ningún rincón por descubrir. Ese fue un privilegio que tuvieron nuestros antepasados. Sin embargo, todavía nos queda un recurso: iniciar, a través de nuestras fotografías de familia, un extraordinario y personal viaje al pasado. De esa forma, podríamos develar mundos que sólo nosotros vamos a ver y, como si eso fuera poco, esos mundos son los orígenes mismos de nuestra existencia.

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