Desde donde estoy, me es imposible reconocer sus rastros. Jamás sabré si fue de una forma u otra. O de ambas. No pude haberlo soñado mejor. Ahora aparecí en este jardín, donde acabo de quemarme, y donde sigo sin saber. Es imposible distinguir una huella. Todo se mezcla. Es como arena, como un parto seco volando, como un baño de vapor al que nunca sé cómo detener. De dónde proviene ese vapor? Si recuerdo la huella que alguna vez vi? A veces estoy casi en posición de decir que sí, y es justamente entonces cuando me despisto.
Si mi historia –su relato- se construyera de lo que imaginé, nadie podría negar que fui infinitamente feliz, que comí huevos pasados por agua, que tuve un hurón como mascota, que invité a una chica a casa, que soñé mil vacaciones, que timoneé un barco, que me recibí en medicina, que planté tres árboles, que guardé mis escritos, que me fanaticé con un disco de jazz, que olvidé tu nombre, que memoricé el libreto, que tomé agua caliente, que me desprendí de mi cuerpo, que me refugié en el balcón, que grité mi rosario, que mordí la cornisa, que tomé mucho vino, que jugué a las cartas, que salté en mis colchones, que fingí no ser vista, que intenté no ser lista, que me fui de mis manos. Sé que no sé lo que es verdad y que lo que pienso que es mentira ya lo imaginé suficiente. Sé que detrás del vidrio está tu frente y que arriba de tu frente están los rastros.
1 comentario:
el lujo de poder escribir todo eso que no terminamos de entender
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