lunes, 30 de mayo de 2011

los perpetradores

Y ahí está ella, con su rostro pintado y modelado a imagen y semejanza de la difunta. Con su ropa, también, previamente ventilada en el balcón. Con su peinado de batido al fijador.
Atónita, la familia la mira creyendo que su mismísima vieja está otra vez allí, o regresó del más allá, o nunca se fue. Sin poder creerlo, la tienen frente a sus ojos y le hacen preguntas que ella responde agitada por el cansancio de la caminata.
Volvió. Todos están de pie, extrañados, como detenidos en un laxo “no puede ser”.
De pronto, uno alto y desgarbado, desconfía y la enfrenta: “¿Quién es usted?”. Los rasgos de la mujer comienzan a descubrirse a medida que confiesa: “Ahora tengo 30 años. Cuando ella murió, ya no podía ser yo misma. Quise ser ella, para que siguiera conmigo, y…de alguna manera…con ustedes. Para eso tuve que peinarme, pintarme y vestirme así. Tenía estudiados sus gestos y sus formas de hablar a la perfección. Ahora dejé de ser ella, dejé de ser yo y me veo como ella, pero en el fondo he encarnado una mujer de treinta años que viene del interior, pero que no sabe quién es en realidad”.
Todos continúan extrañados, como sometidos a un muy triste engaño. Y en el balcón del piso once todavía bailan algunos vestidos colgados e improvisan figuras con el viento.

1 comentario:

Veinte Cargas dijo...

Muy, muy lindo. La última línea es estupenda. Tenés un arte para los cierres.