“EL CRÍTICO” O EL TEATRO QUE DESENMASCARA AL MUNDO
El reconocido actor conversó acerca de su experiencia en El crítico (Si supiera cantar, me
salvaría), de Juan Mayorga que –dirigida por Guillermo Heras- se encuentra en cartel en la sala Cunill Cabanellas. Además, reflexionó sobre su oficio, sus compañeros y el rol de la crítica.
ENFOQUES SOBRE EL ARTE
La obra -en principio- me pareció
rara. Demanda meterse en el mundo de Juan Mayorga, un español contemporáneo que
está en la cresta de la ola, con espectáculos en cartel en todo el mundo. La
semana que viene voy a tener el gusto de conocerlo. Es una pieza muy llena de
discurso, pero cuando fuimos poniendo el cuerpo y empezamos a corregir ciertos
giros del texto, comprendimos que
superficialmente puede ser una discusión entre un crítico y un autor pero que
va más allá: son dos formas de ver el arte, de cómo el teatro debe
comprometerse y no ser simplemente digestivo. El crítico propone que el teatro sirva para desenmascarar al mundo,
para mover algo en el corazón y ponernos en el lugar de cierta verdad. Eso
depende de los autores, los directores y las actuaciones. De lo contrario, lo
que se ve son estampitas que se mueven dentro del escenario. El actor no tiene
que ser un repetidor de textos escritos por otros o memorizarlos para repetir
como un loro. En todo caso, debe haber un ida y vuelta entre el texto y el
actor, un entendimiento en profundidad.
SORPRESAS Y DESEOS
A Guillermo (Heras) lo conozco
hace tiempo y nunca habíamos trabajado juntos, lo cual es una experiencia
entrañable. Es un hombre de una gran sensibilidad. Antonio Machado dice en un poema:
“Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Guillermo tiene esa calidad de
bondad. En cuanto a Pompeyo (Audivert), somos dos actores bien distintos en
nuestra formación pero compartimos la pasión por el laburo. Él se mete, prueba, le gusta
jugar y proponer. Eso siempre es satisfactorio, es una muy grata experiencia
trabajar con él, y más teniendo en cuenta que el espectáculo lo iba a hacer el
Pato Contreras -que se fue a Chile- y me sorprendieron llamándome a mí. Diría
que sólo tengo tres asignaturas pendientes a esta altura de mi carrera. Una es
trabajar con mi mujer, Marcela Ferradás. Lo hicimos en Galileo Galilei de Bertolt Brecht, dirigida por Rubén Szuchmacher y
en Stéfano de Armando Discépolo,
dirigida por Roberto Mosca, antes de ser pareja. Otra es que me dirija mi hijo,
Hernán. Y la tercera, hacer un unipersonal, que me asusta un poco pero es lo
que me falta.
¿AUTOCRÍTICA?
Descreo de la crítica que se ve
hoy en día. No hay críticos del tamaño de los que había hace treinta años. Si
la crítica no enseña al que la lee, si no fundamenta correcciones en la mirada
que tuvo el actor sobre el personaje… ¿Quién dice que es bueno y qué es malo?
No conozco una crítica que haya tirado abajo un espectáculo o que lo haya
levantado. Muchos críticos no aman el arte, sino el pequeño poder que los hace
importantes. Distinto fue el caso de Kive Staiff cuando hace muchos años
realizó una crítica de una puesta de Carlos Gandolfo y luego de volver a ver el
espectáculo, escribió nuevamente para
pedir disculpas. Me parece una estupidez que los críticos no puedan aplaudir o
reírse durante una función. El crítico es un señor que tiene más elementos para
mirar una obra, nada más. Nadie sabe mejor que uno cuando está bien y cuando
está mal. Ir todas las noches a hacer un espectáculo sabiendo que uno está mal
y que se llegó a una instancia en la que no se puede corregir más porque
cambiaría la estructura, debe ser terrible. En general, trato de no leer
críticas porque lo que siento frente a la gente cuando actúo tiene más verdad
que cualquier crítica.
ANIMALES TEATRALES
Tuve el privilegio de ser parte
del elenco estable del San Martín del 80 al 89, trabajando con pesos pesados
del teatro (Alicia Berdaxagar, Walter Santana, Elena Tasisto, entre otros) y
aprendí mucho de todos ellos. Fue un periodo de crecimiento maravilloso: uno se
miraba y se devolvía cosas con los compañeros, había mucho intercambio. Eso es
parte de mi naturaleza y no puedo trabajar de otra manera. Últimamente
no veo demasiada gente exigiendo de sus compañeros un levantarse a pelear.
Alfredo Alcón o Norma Aleandro son, más allá de los diferentes gustos, animales
de teatro. No porque hagan algo en particular, sino por lo que sucede con ellos
en escena. Son fuerzas de la naturaleza. Es como estar arriba del escenario con
un ciclón, con una tormenta, con un viento. Son como dice el tango Garganta con arena: “Tu voz, que al tango lo emociona, diciendo el punto y coma que nadie le
cantó”, porque con estos monstruos teatrales las comas, las pausas, todo tiene
sentido. Siento que hay una tendencia a hablar igual, a una especie de
no actuación, y eso es un contrasentido porque hay una naturalidad en la vida
que no tiene nada que ver con la naturalidad del teatro, que en sí mismo es un
artificio. Estamos hablando de gente grande que se disfraza y se sube a un
escenario…no es serio. Uno es el que tiene que hacerlo serio para crearle al
espectador un ritual, un misterio que es el teatro.
LA IMPORTANCIA DE LA CULTURA
Yo fui testigo y partícipe del
mejor momento de este teatro cuando la Argentina se puso en el mundo a partir
de él. Ahora, vuelvo vencido a la casita de mis viejos y la casita está hecha
pelota. Me da mucha tristeza. Veo el descuido, el deterioro y que nadie se
ocupa de mantenerlo bien aunque esto sea una vidriera para la ciudad. Me da
rabia, no es justo. Han desarmado talleres que eran ejemplo, donde se aprendían
oficios. La cultura para la ciudad no es política de estado y además están
haciendo un negocio tramposo porque en los hechos este teatro –al menos en
parte- está privatizado, cosa que no se dice públicamente. La prognosis de la
enfermedad es grave: hasta que no se entienda que la cultura es parte del
progreso de un país, esto se nos va de las manos. No hay una política de
empezar por hacer didáctica, por crear conciencia en el otro de lo que
significa la cultura, en este caso puntual, el teatro.
UNA MENTIRA PREÑADA DE VERDAD
Hay cierta impunidad arriba del
escenario, porque la mentira está legalizada, pero es a su vez una mentira
preñada de verdad. No se trata de ser falso en lo que uno hace, sino de vivir
una verdad que es del teatro, y no de la calle. Ingrid Pelicori me dijo una
vez: “Yo tengo más miedo en la calle que en el escenario”. El teatro encierra
un riesgo que se juega adentro de uno, nadie sabe qué usas realmente de tu
intimidad más secreta…tal vez tu compañero sí, porque comparte la zona de
ensayo y búsqueda. El problema es cuando los actores quieren hacer las cosas
bien en los ensayos. El teatro es una continuación de la vida y la vida no es
aburrida, así que no quiero aburrirme en el teatro.
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